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Unas comunidades autónomas la llaman EBAU; otras EVAU; y la mayoría de las personas sencillamente la llaman Selectividad; pero lo cierto es que, lo digan como lo digan, la prueba de acceso a la universidad, que permite a un alumno o alumna escoger una carrera según su nota final, es una prueba decisiva que marca el fin de la etapa escolar y la cima académica que todo estudiante sueña con alcanzar con éxito. Aunque su nombre ha variado con los años y el peso de la prueba ha ido cambiando —ahora el valor de esta es de un 40 % y la nota en Bachillerato un 60 %—, lo cierto es que, si un estudiante desea acceder a una carrera en alguna de las universidades españolas, ha de pasar por este examen final.

Y, como todo examen, lo mejor es llegar a él lo mejor preparado posible, esto es, llevando los contenidos al día y no dejando todo para el final. Porque la prueba de acceso a la universidad es una carrera de fondo y no un sprint donde hay que darlo todo en el tramo final. Así nos lo corrobora Rafael Liébanas, profesor y tutor de 2º de Bachillerato del colegio Bética-Mudarra de Córdoba, que durante más de 30 años también ejerce como vocal del centro acompañando a sus alumnos a la decisiva prueba: “lo mejor es llevarlo al día para sacar buena nota. Desde principio de curso se recomienda trabajar a diario y sacar buenos parciales y trimestrales. Los alumnos que lo llevan al día son los que hacen una buena selectividad”.

Estudiar, sin duda, es la clave, pero no podemos obviar que, siendo una prueba tan decisiva y que condiciona el futuro del estudiante a la hora de poder estudiar o no la carrera soñada, los nervios son un factor muy importante a tener en cuenta. No en vano, desde que un alumno o alumna llega a Bachillerato, no deja de escuchar, casi como un mantra, que ha de prepararse bien para la prueba. Por ello, como nos cuenta Rafael Liébanas, el trabajo de los profesores también es quitarle hierro al examen ya que, aunque la presión por la nota es fuerte, se trata de que el estudiante llegue lo más tranquilo posible. Y para ello, se les explica que es una prueba externa, fuera del centro, con otros compañeros, con otros profesores y, en definitiva, fuera de la zona de confort, pero a la que no hay que temer y seguir las directrices.

Rafael nos cuenta que, a medida que se acerca el momento de la prueba, las semanas y días previos, su misión junto a la de los otros profesores es más de “acompañamiento” y de resolver las dudas acerca de la prueba que los chicos y chicas puedan tener. Algo muy importante que este maestro aconseja a sus alumnos es organizarse bien para llegar a la universidad donde se realizan los exámenes: les recomienda acercarse a las instalaciones los días previos, ver cuánto tardan en llegar desde su casa en transporte público o en coche dependiendo de cómo vayan a llegar hasta allí y tener todo el material preparado —el DNI y la pegatina identificativa han dado más de un susto a algún estudiante despistado— para que cuando llegue el día de la prueba estén puntuales a las 7:40 de la mañana esperando a ser llamados para acceder al aula. 

Y si hay algún problema, para eso están los vocales acompañando los tres días de la prueba hasta las tres de la tarde cuando termina; tanto calmando esos últimos y traicioneros nervios, como identificando en caso de que el estudiante se haya dejado la documentación en casa, como ayudando a llegar al aula en el que se examina si es necesario. 

Preguntamos a Rafael sobre este modelo, en el que una prueba final de tres días puede determinar tu futuro. En su opinión, cree que con este modelo el alumno “pierde más” y que el centro “debería tener más peso en la evaluación final haciéndolo de forma escalonada”. 

Pero mientras la forma de enfrentarse a la selectividad no cambie, allí estará Rafael, como cada año, ayudando, motivando y acompañando a sus alumnos en estos decisivos exámenes.